Ciencia, Arte y Amor
Planear una noche astronómica parecía ser una gran idea… hasta que me dejaron plantado. Sin embargo, eso no evitó que yo pasara, no sólo la noche, sino el fin de semana entero; contemplando el Cosmos. La Luna llena suele ser penosa y muchas de esas noches tienden a nublarse. Esta no fue la excepción, pero entre los pequeños huecos que dejaron las nubes; logré observar cada uno de sus detalles.
Otras horas más tuve que esperar hasta que Júpiter apareciera frente a mi balcón. Cada vez que lo veo; la recuerdo. Sólo sus ojos lograron generar una impresión equiparable a la primera vez que observé al gigante del sistema solar… El Rey de los planetas. Júpiter es tan grande que su Gran Punto Rojo es más grande que todo el planeta Tierra. Es cansado seguirlo, en el horizonte se mueve tan rápido que hay que encontrar el ritmo adecuado para girar los instrumentos sin separar la mirada del ocular.
Rara vez me vence el sueño mientras hago observaciones astronómicas, pero Saturno tardó bastante en salir y las copas de vino hicieron su trabajo relajándome. Además, tenía la tranquilidad de saber que la siguiente noche podría observarlo con más claridad, el clima se pronosticaba más favorable. Además, el objetivo de esta primera noche no era la Joya de la Corona, sino el primer planeta de nuestro sistema solar. Ese diminuto planeta que se esconde ante el brillo del Sol y que pocas veces se logra ver a penas por encima del horizonte antes de que el Sol ilumine el cielo o deje de hacerlo. Observar Mercurio desde la ciudad es un verdadero reto, sobre todo si lo haces encerrado desde un balcón de un departamento. La ventana de observación es corta, la visibilidad del planeta a simple vista es casi imposible.
Todo dependería de Venus; el segundo planeta suele ser el punto más brillante antes del amanecer. Mercurio aparecería justo detrás unos minutos después, justo antes de la hora azul. Ese instante en que el cielo deja de ser negro porque la noche concluye y el Sol comienza a iluminar desde abajo del horizonte. Aun con mi ceguera pude verlo, seguí la línea de observación de Venus y un diminuto punto luminoso me indicó el lugar adecuado. Hice los ajustes necesarios a mi telescopio y logré enfocarlo. Sí, ahí estaba, por fin podría fotografiar el último planeta que me hacía falta, al menos, de los que son visibles a simple vista. Urano y Neptuno, tal vez, sólo tal vez, podría llegar a verlos con mi telescopio en algún lugar remoto donde no haya contaminación lumínica, pero no estoy del todo seguro.
Indudablemente, si ven la fotografía de Mercurio; se podrán sentir decepcionados. Es un simple punto rojizo completamente pixelado. ¿Alguna vez han visto la fotografía “A Pale Blue dot”? Es casi lo mismo, no se trata de la resolución de la imagen, sino del significado que tiene la misma. Poder capturar, aunque sea un pequeño reflejo de un planeta que está a miles de kilómetros de distancia, para mí (alguien que sólo hace esto por amor a la ciencia y al arte), resulta un verdadero logro.
Ver a través del ocular de un telescopio; es una de las experiencias más conmovedoras que conozco. Muchas veces dije: “Si algún día tengo una máquina para viajar al tiempo; iría a tal momento”. Sin saber que hoy tengo una máquina del tiempo en la sala de mi departamento. Los telescopios nos permiten mirar al pasado, contemplar el universo, no como es, sino como alguna vez fue.
Otro día más ha pasado y el atardecer llena de sombras la sala de mi Fortaleza. El cielo está parcialmente nublado, pero mucho más despejado que la noche anterior. La Luna se levanta hermosa en el horizonte y recibo un mensaje a mi celular: “¿Ya viste la Luna? ¡Se ve hermosa!”. Es entonces cuando pienso en todas las personas que me han externado su gusto por la Luna. Analizo sus razones y la gran mayoría, de hecho, todas menos una; aprecian la Luna por lo “hermosa que se ve”. Sólo ella me dio razones más… propias de la Luna. La Luna no se ve hermosa; es hermosa. No por como se ve… el cómo se ve es consecuencia de la atmósfera de nuestro planeta y la contaminación de nuestra ciudad. Sin embargo, la belleza de la Luna no radica en las propiedades de nuestro planeta, sino en sus cicatrices. Cada noche que la observo, elijo una región de su cara cercana. La observo, la estudio, la contemplo… la admiro. Cada uno de sus cráteres, cada una de sus cicatrices que la hacen única, que la hacen hermosa. Porque en ellos se encuentra nuestra propia historia. No podemos dejar de imaginar el asedio al que fue sometido el planeta Tierra; de la misma forma que la Luna. Pero con el tiempo, ese asedio dio paso a la vida. Ahora nuestra atmósfera nos protege… y nosotros no hacemos mucho por protegerla.
La Luna, con sus cicatrices es hermosa… tuve que estudiarla con detenimiento a través de mi telescopio para comprender cuando ella me decía que mis cicatrices estaban bien padres. Cuando acariciaba la cicatriz más grande de mi cuerpo y con dulzura me decía que era hermosa… yo sólo sonreía, pero no sabía exactamente que decir. Cuánta sabiduría hay en ella… cuanto me sigue enseñando aún con su ausencia.
Admirar las estrellas me ha llevado a estudiar más sobre la ciencia que hay detrás. Es hermoso comprender como opera nuestro universo, entender las leyes de la naturaleza, saber que somos especiales porque estamos conectados. Porque cada uno de los átomos que conforma mi cuerpo; fuero creados en el corazón de una estrella que, al explotar, regó sus entrañas en el Cosmos con los ingredientes necesarios para crear vida. Ese conocimiento; me ha llevado a convertirme en un referente del tema entre mis conocidos. Más de una vez se acercan a mí a preguntar alguna duda que tienen. O sorprendidos por alguna de las fotografías que capturo; se acercan a preguntar más sobre el cómo lo hice.
Realmente encuentro sentido en eso. No soy un experto, pero aspiro a serlo y esa curiosidad de los demás me motiva a seguir aprendiendo, a seguir conociendo sobre más temas. Si en la preparatoria y en la universidad me hubieran enseñado matemáticas con la misma pasión que hoy las admiro; jamás habría reprobado cálculo diferencial. Si me hubieran hablado de la importancia de la física, de su historia, de la humanidad que hay en ella; jamás habría mirado con pesar un problema de física. Jamás es tarde para aprender, para redescubrir la curiosidad innata que nos lleva a explorar el mundo cuando somos niños. Sí, redescubrí mis ojos de bebé con la fotografía, pero también redescubrí niño que fui… ese científico loco que incendió las cortinas haciendo experimentos con líquidos inflamables. Hoy soy capaz de ir más allá de la primera abstracción; esa que representa una fotografía. Poder ir a un segundo o tercer nivel; comprendiendo la ciencia que hay detrás, me ha llevado a estudiar sobre química (algo que siempre odió en la preparatoria) y entender más sobre la espectrografía. Hoy junto mis centavos para conseguir mi propio espectrómetro y poder estudiar las propiedades químicas de las estrellas que observo, de los planetas que estudio. Entender lo que eso significa; no hace menos romántico un bello atardecer… al contrario, me permite apreciarlo con mayor profundidad.
En uno de los avances más importantes que ha tenido la ciencia en esta década; se logró tomar la primera fotografía de un agujero negro. ¡Es un logro increíble! Poder comprobar lo que la teoría dice y dejar de depender de simulaciones es algo verdaderamente destacable. Más de una persona me preguntó sobre mi opinión. Algunos lo hicieron con verdadera curiosidad, con interés de comprender por qué se ve de esa forma. Otros, simplemente se limitaron a mofarse de la situación y compartir imágenes de burla… una de las principales razones por las que abandoné toda red social… (hasta que, prácticamente, fui obligado a abrir una nueva). Lo destacable de esta situación es, justamente, la auténtica curiosidad que se genera entre las personas. Ese día llegué tarde al trabajo porque estaba pegado a la transmisión en vivo y no quería perderme un solo detalle. Otras personas se enteraron horas, incluso días después. Pero sus preguntas me resultaron interesantes y espero que mis respuestas hayan alimentado su curiosidad por conocer más. Al final, creo que si hay algo que vale la pena contagiar; es la capacidad de asombro ante las cosas que nos parecen complejas pero que pueden llegar a ser sumamente enriquecedoras en lo intelectual y lo espiritual, porque la perspectiva cósmica reordena lo qué es importante en este mundo.
P.S.: I love you
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