Viajar es el pretexto perfecto para darle rienda suelta a mi pasión. Lamentablemente, los últimos años he enfrentado diversas dificultades para hacerlo como antes. Sin embargo, hace un mes no hizo falta abandonar la ciudad para perderme en un viaje lleno de misticismo y reflexión. Decidí visitar un lugar que hace más de 20 años había conocido con mis padres, pero al que no había vuelto desde entonces. Me adentré en los maravillosos canales de Xochimilco, en un horario poco concurrido.

Inició el día a las 0400, lo cual no representa problema alguno cuando se trata de fotografía. Muchas veces no he dormido, en busca de una imagen. Tomé la trajinera desde el embarcadero de Cuemanco, comenzando a navegar alrededor de las 0600. Los primeros 40 o 45 minutos son los más increíbles, pues significa sumergirse en la obscuridad de los canales y el profundo silencio que te traslada a un mundo diferente, donde a penas el sonido del agua que se genera por el desplazamiento de la embarcación y alguno que otro sonido que nos regala la naturaleza. Pareciera que nos encontramos a miles de kilómetros de cualquier urbe y lo cierto es que navegamos a unos cientos de metros del periférico.

Vivir esos momentos de contacto conmigo mismo, es lo que la fotografía me ha regalado a lo largo de los años. Durante esa primera parte del viaje, las cámaras están guardadas, no hace falta tenerlas en la mano. Simplemente no hay condiciones para hacer una fotografía, al contrario, todo lo que observo lo conservo en mi mente, me entrego a ese momento y a ese lugar; lo hago mío. Disfruto del frío, de la obscuridad, de los sonidos y hasta de los moscos que zumban mis oídos y se deleitan con el elíxir de mis venas.

Ese momento en que me pierdo en mi entorno y me vuelvo uno mismo con él, sí, fue ese instante en el que comprendí a dónde voy. El objetivo es capturar el amanecer, pero las condiciones climatológicas amenazan con no ser ideales. No importa, en la fotografía como en la vida, las cosas no siempre son como se imaginan, se sueñan o se planean. Pero ante la adversidad hay que improvisar. Hago el intento por capturar algunas imágenes, pero más como un documento, por el simple hecho de saber que estuve ahí. Sólo unas cuantas son salvables y entonces me limito a disfrutar de la hermosa paleta de colores fríos que nos regala el cielo nublado. El choque térmico comienza a hacer lo suyo y del agua surgen bancos de vapor como si de almas milenarias se tratara, ánimas que despiertan con los primeros rayos de luz. Es justo cuando más frío se siente, pero para mí es la temperatura ideal.

Seguimos adelante, pues el cielo cerrado ha frustrado ese intento por capturar el Sol naciente. Pero mientras nos adentramos en los solitarios canales; mantengo la mirada atenta a mi alrededor. Es en esos momentos donde capturo una de las mejores fotografías del viaje. Después tomo riesgos; me atrevo a colocar mi cámara a pocos centímetros por encima del agua y descubro una mirada distinta, una perspectiva imposible que me conmueve. Las nubes se disipan con el paso del tiempo, la iluminación cambia, pero aun así logro capturar imágenes lúgubres que reflejan mucho de mí.

Eventualmente, ve en mi mente imágenes que se volverán parte de ese mundo fantástico que construyo con mi forma de ver la vida. Ese lugar al que suelo escaparme cada vez que la tormenta azota mi realidad. Pero esta vez es diferente. No es la soledad profunda y fría la que abunda en mis fotografías. Me atrevo a explorar nuevos métodos, nuevas técnicas. Decido reconstruir mis procesos y entre un experimento y otro… descubro que ahí está. Ese algo que durante tanto tiempo me faltó… Ese brillo de esperanza que sólo ella fue capaz de germinar en mí. Ya no veo el mundo como antes. Ahora es más bello y fantástico… es como un sueño. Bosques encantados que deseo explorar con el profundo anhelo de encontrarle…

No sólo decidí reiniciar mis procesos. Como mencioné en algún otro momento; decidí reaprender conceptos básicos. Tan básicos, que decidí irme a la cámara estenopeica. Me ha resultado difícil dominarla, aprender a manipular la luz sin un solo instrumento. Pero el Cuarto Obscuro me ha resultado mucho más fascinante de lo que imaginé. Ese es mi nuevo proyecto, habrá que hacer remodelaciones al calabozo, pero desde que vi el plano de ese lugar; supe que ahí estaría algún día. Ese día cada vez está más próximo. La mágica sensación de mirar el papel y notar como es que poco a poco se va revelando una imagen; es una de las emociones más agradables que he tenido la fortuna de experimentar en los últimos meses.

Me falta mucho por aprender, pero eso siempre será una constante en mi vida. Tengo un apetito insaciable de conocimiento. Hoy sé que voy a dominar la pista de baile, así como los acordes de un piano. De la misma forma que la mecánica cuántica y la astrofísica inundan mi mente. Sólo es cuestión de tener una mente abierta y un corazón dispuesto. Todo se vuelve mucho más fácil y manejable cuando el Fénix y el Dragón trabajan juntos, en lugar de intentar matarse el uno al otro. Todo lo que me asustaba ayer, hoy disfruto explorarlo.

Intentaré continuar compartiendo mis aventuras, pero no puedo prometer demasiado. He llenado mi agenda de clases, experiencias, viajes, aventuras y compromisos fotográficos. Probablemente octubre fue el mes más calmado, pero definitivamente lo que está por venir me dará suficiente material para compartir más adelante. Por ahora sólo me queda explorar unas técnicas nuevas, con unos juguetes que conseguí hace unos días. Al final, mi mayor inspiración es quien me motiva a seguir creando imágenes fantásticas en donde, tal vez, sólo tal vez, algún día nos volvamos a encontrar.

P.S.: I love you